El Asesino Silencioso
En el ámbito del Trabajo Social existe un concepto conocido como el asesino silencioso. Este nombre se utiliza para referirse a la rutina. La rutina se define como la costumbre o hábito adquirido de hacer algo de un modo determinado, que no requiere reflexionar o decidir.
En el matrimonio
Cuando decides unir tu vida a la de otra persona, con el paso de los años la relación puede convertirse en una rutina. Llega el momento en que haces lo mismo una y otra vez sin dar espacio a nuevas aventuras con tu pareja: una cita especial, una salida distinta o una actividad intencional que rompa la monotonía.
Con el tiempo, el matrimonio puede volverse tedioso. Se comienza a ver la vida conyugal con otros ojos y surge la decepción. Nos decepcionamos porque no se tomó la iniciativa, porque permitimos que la rutina dañara aquello que comenzó con tanto amor y pasión.
En la vida de la iglesia
En la iglesia ocurre exactamente lo mismo. Pensar que la vida de fe se fundamenta únicamente en ritos y costumbres es limitar el poder creativo de Dios. Los seres humanos tendemos a conformarnos; nos moldeamos a las costumbres y tradiciones en las cuales crecimos. Eso está muy bien, pero no necesariamente significa que sea una verdad bíblica.
Romper estructuras o enseñanzas formadas desde la niñez no es fácil. Mucho menos cuando vivimos en una sociedad religiosa que dicta cómo, cuándo y de qué manera deben hacerse las cosas.
Así como la rutina puede matar el matrimonio, también liquida el crecimiento espiritual. Jesús constantemente señaló que priorizar la tradición por encima de la relación es un error. La relación con Dios hay que cultivarla: con detalles, alabanza, adoración e intimidad.
Es una relación viva. Dios siempre está dispuesto a hacer cosas nuevas en nuestras vidas. Desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo, su carácter creador permanece igual. Pero ¿qué sucede cuando lo convertimos en rutina?
Cuando la vida cristiana se vuelve rutinaria, llega la decepción. Notamos que nada nos satisface. Surge la indiferencia. Aumenta el juicio hacia el pecador y disminuye el amor, la justicia y el deseo de congregarnos, estudiar la Biblia o asistir a un culto de oración. Surge la pregunta: ¿Para qué ir?
Esperanza de transformación
Así como el matrimonio puede renovarse buscando alternativas distintas, la vida espiritual también puede revitalizarse si permitimos que el Espíritu Santo haga su obra creadora.
Jesús dijo:
“Y Él respondiendo, les dijo: ¿Por qué también vosotros traspasáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?”
Mateo 15:3 (RVES)
Ante la queja de por qué sus discípulos no seguían la tradición de lavarse las manos antes de comer, Jesús respondió con firmeza: ustedes se alejan de la verdad de Dios por sus tradiciones.
Frecuentemente escucho:
“No hay juventud en la iglesia… los jóvenes ya no vienen…”
A esta queja siempre recuerdo lo que dijo Albert Einstein:
“Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”.
Vivimos en un siglo acelerado, donde la tecnología avanza a pasos gigantes. Es imposible impactar a esta generación haciendo lo mismo que funcionó hace décadas. Es irreal pensar que un joven de hoy se conecte con una liturgia creada siglos atrás, para necesidades muy distintas a las de nuestra época.
¿Por qué hemos dejado de ser efectivos?
Porque no damos espacio a nuestros jóvenes y niños.
Porque nuestras tradiciones se colocan por encima de lo que Dios desea hacer.
Porque lo que aprendimos es más importante que lo que Dios quiere revelar.
Porque soltar lo conocido nos resulta difícil.
Este asesino silencioso nos está consumiendo. No nos damos cuenta porque todo lo nuevo, moderno o posmoderno lo demonizamos y cerramos la puerta a nuevas experiencias con Dios.
La Palabra afirma:
“Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, diciendo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón lejos está de mí. Mas en vano me honran, enseñando doctrinas y mandamientos de hombres.”
Mateo 15:6-9 (RVES)
Una invitación a la renovación
Cuando venimos ante Dios, debemos hacerlo con humildad y con el deseo de nuevas experiencias, no necesariamente emocionales, sino experiencias completas de adoración. Tenemos que abrirnos al Dios que hace cosas nuevas y que, cuando creemos que ya lo conocemos, se revela de un modo distinto para mostrarnos que aún nos falta mucho por aprender.
Tengo 49 años. Soy pastor desde los 28, y oro para que Dios mantenga mi mente joven y conectada con nuestra realidad. Le pido que no permita que convierta mi vida espiritual en una tradición, rito o rutina, porque sé que cada día Él tiene algo nuevo preparado para mí.
Haz esta oración conmigo
Señor, gracias por aceptarme tal como soy. Quiero aprender más de ti y crecer en tu presencia. Dame sensibilidad para no permitir que mi vida cristiana se convierta en rutina. Que cada día pueda ver las nuevas bendiciones que tú preparas para mí. En el nombre de Jesús, amén.
Déjame tu comentario abajo.
Pastor Carlos Armando
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