La Introspección: El Trabajo Doloroso Que Nos Libera
Muy pocas veces los pastores, ministros y profesionales de la conducta nos tomamos el tiempo para mirarnos por dentro. A esto se le llama introspección. La introspección es la capacidad del ser humano de autoevaluarse; es observarse a uno mismo con el propósito de mejorar.
No suele ser nuestra costumbre, porque la mayoría del tiempo lo ocupamos ayudando a otros. Vivimos buscando alternativas para las vidas ajenas, pero muy pocas veces para la nuestra. Con el tiempo desarrollamos la idea equivocada de que no podemos mostrar vulnerabilidad, que no podemos expresar tristeza, cansancio o dolor porque “somos líderes”, “somos pastores”, “somos profesionales que ayudan a los demás”.
Este planteamiento es un error. Los pastores y los profesionales de la conducta experimentamos las mismas crisis que cualquier otra persona. Vivimos las mismas etapas familiares, atravesamos las mismas crisis de la mediana edad y enfrentamos los mismos retos emocionales. Por eso, en la introspección es esencial ser honestos con nosotros mismos y reconocer que, para poder ser efectivos con otros, primero debemos trabajar con nuestras propias emociones y situaciones.
No podemos caer en el refrán del hojalatero que le arregla el vehículo a toda la comunidad, pero no el suyo ni el de su familia. Nosotros no trabajamos con autos; trabajamos con vidas. Somos seres humanos, no superhéroes. Aun así, muchos vivimos aparentando ser “súper pastores”, involucrándonos en cada evento y servicio comunitario mientras nuestra salud física y emocional se desgasta y nuestras parejas se sienten cada vez más distantes.
Todo comienza con la introspección. Vernos a nosotros mismos, identificar nuestras debilidades y traerlas a la luz abre la puerta a la restauración. Es un proceso doloroso, porque trabaja áreas internas que nadie ve. Pero aunque es difícil, también es profundamente bendecido. Es doloroso porque rompe nuestro orgullo y desmantela la imagen del líder invulnerable que proyecta perfección.
Una historia que ilustra el proceso
La película Las Crónicas de Narnia ofrece una poderosa analogía de este proceso. El autor y pastor Peter Scazzero, en Una Iglesia Emocionalmente Sana, explica que es “penoso” porque, aunque la verdad nos libera y nos acerca a Dios, al principio es algo que preferimos evitar.
Scazzero describe la historia de Eustaquio, del libro El viaje del Explorador del Amanecer. Eustaquio se convierte en un dragón debido a su egoísmo, terquedad e incredulidad. Desea volver a ser un muchacho, pero no puede hacerlo por sí mismo.
Entonces aparece Aslan (quien representa a Jesús) y lo lleva a un manantial para que se bañe. Aslan le dice que “se desvista”. Eustaquio recuerda que las serpientes mudan de piel y comienza a quitarse capas. Pero cada vez que intenta acercarse al manantial, descubre otra capa dura y escamosa. Tras varios intentos se da cuenta de que no puede hacerlo solo.
Aslan le dice: “Tendrás que dejar que yo te desnude”.
Eustaquio confiesa que tenía miedo de las garras del león, pero estaba desesperado.
“La primera desgarradura fue tan profunda que pensé que había llegado hasta mi corazón. Cuando comenzó a tirar de la piel, dolió más que cualquier cosa que hubiera sentido… La piel que quitó era mucho más gruesa, oscura y espinosa que lo que yo mismo había intentado arrancar.
Luego me tomó y me lanzó al agua. Ardió por un momento, pero después fue delicioso.
Comencé a nadar y me di cuenta de que todo el dolor había desaparecido. Me convertí en un muchacho otra vez.”
C. S. Lewis describe este proceso como si las garras de Dios llegaran tan profundo que pareciera que tocan el corazón mismo. Ese es el trabajo debajo de la superficie, el que realmente transforma.
El dolor que transforma
Debo decirte que trabajar debajo de la superficie es doloroso, pero cuando nos abrimos a ese proceso, la transformación en nuestra vida, nuestro ministerio y nuestra familia será de gran bendición. El dolor es pasajero; la libertad es duradera.
Muchas veces invertimos energías intentando transformar a otros, pero muy pocas veces trabajamos con nuestro interior. Hoy es un buen día para comenzar.
¿Cómo comenzar?
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Reflexiona sobre tu círculo cercano y elige a alguien que pueda ser tu mentor.
Esta persona debe ser sabia, confiable y tener experiencia en el ámbito de la conducta. -
Separa un día para conversar con él o ella, expresando inquietudes, luchas y cosas que nunca has dicho.
Este paso te liberará. Estos diálogos tienen un efecto sanador que te permitirá ver la vida y el ministerio desde una óptica más saludable. -
Acepta que no necesitas ser un superhéroe.
Dios no pide perfección; pide sinceridad. Serás más efectivo cuando entiendas que tu humanidad no es una debilidad, sino un puente hacia la gracia.
Comenzarás a servir no como un “súper pastor”, sino como un humilde siervo que no tiene miedo de mostrar su realidad y permitir que Dios despelleje aquello que nadie ve. Eso es lo doloroso… y también lo necesario.
No olvides: es doloroso, pero nos conviene.
Con cariño,
Pastor Carlos Armando
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